El pasado sábado en el Bernabéu hubo frío y lluvia. La posibilidad de tormenta se esfumó. Descampó. No salió el sol. Era de noche y el ‘status quo’ de la Liga siguió igual. El Madrid continua tercero. El Rayo hizo de muñeco de ‘pim pam pum’ para redimirse de las dos derrotas consecutivas que han llevado a los blancos a no depender de sí mismos para ganar la Liga. Ahora, deberán esperar a los gatillazos de Atlético y Barcelona. A falta de siete jornadas. Hace una semana, el título pintaba de color blanco. El 3-2 ante el Barça ponía a los azulgranas fuera de órbita, pero llegó el penalti de Sergio Ramos a Neymar y la expulsión del central. La situación pegó un giro de 360 grados. El argumento por la Liga varió de manera inesperada. Triunfo culé. La distancia se quedó en un solo punto. Tres días después, otro batacazo merengue. En el Pizjuán. Atlético y Barça sacaron la calculadora y cuadraron sus dígitos. El Madrid perdió terreno, sensaciones y opciones por el título.
Antes de saltar al césped, los de Ancelotti ya sabían que sus rivales habían ganado. Pese a la bofetada a los vallecanos, plasmada en un 5-0, hubo música de fondo en el Bernabéu. Desde la presentación del once merengue en una noche de perros. Pitos para Ancelotti, Diego López, Benzema y Cristiano Ronaldo. Los focos se detuvieron para iluminar al portugués. La crítica de un sector de la grada hacia el ’7’ fue por no pasarle el balón a un compañero mejor situado. Una secuencia que se ve más de una vez en cualquier partido de los blancos. Bien dentro o fuera de sus dominios. Un gesto que siempre ha sido obviado o perdonado. Esta vez, el enfado del ‘jugador 12’ salió a relucir por el cabreo monumental tras las dos monumentales tropiezos en el ‘rush’ final de la Liga. Cristiano, como en su día otras estrellas del firmamento blanco, tuvo que soportar una situación así. La diferencia es que los pitos no vinieron por falta de compromiso sino por no pasarle el balón a otro. Algo nimio. No es para sacarle punta, pero en este periodismo de bufanda que no está tocando vivir, todo vale para sacar a aflorar la filias y fobias contra el futbolista o club de marras. Patético. Lo fácil es apuntar al más mediático. O también hacia los silbidos que recibió Diego López. Hay que alimentar el debate de la portería. Benzema, un clásico de los pitos, ya es una cuestión cíclica. Sí, Ancelotti se llevó su cuota de música de viento. Tímida. Debió ser más intensa desde la grada y la crítica especializada. El italiano se ha ido de rositas.
La polémica arbitral tras el Clásico dejó sin debatir su planteamiento a la italiana ante el Barça. Una apuesta ruin. Dejar el balón a los azulgranas fue su consigna. En vez de ir a saco, llevar la iniciativa para noquearle y borrarle del mapa, Ancelotti dio vida a los del ‘Tata’, que luego, supieron jugar con maestría sus cartas. Carlo dejó pasar una oportunidad única. Desnudar las vergüenzas defensivas de los culés. Tres días después, otra exhibición del italiano desde el banquillo. Sustituciones políticas. Lo fácil fue quitar a Illarramendi, que no lo estaba haciendo del todo mal, en vez de hacerlo por un desaparecido Xabi Alonso. Y tardía. Morata salió con la campana final. Una forma de desperdiciar una bala para tratar, por lo menos, de igualar el partido ante el Sevilla.
Ante el Rayo, pitos en el Bernabéu. Los de CR7, los más llamativos. Los más sonoros. Los que han captado la atención mediática. Que no olviden que el portugués jugó mermado con unos problemas rotulianos en su rodilla derecha. Un Cristiano que no pierde su apetito voraz. Que se lamenta, que hace aspavientos, que le dice de todo a sus compañeros en un momento dado al ver no que no consigue su propósito: marcar. CR7 es un obseso. Lo que no es de recibo es que él centralice los focos por esos silbidos de un sector de la grada, y que el de la ceja, don Carlo se vaya de rositas. El italiano ha sido incapaz de darle a la tecla ante el Atlético, Barça y contra el Athletic, Villarreal o Sevilla, en campos de estos equipos. Carlo se agarrota cuando llegan rivales de exigencia. Ancelotti se fue de rositas.
Francisco J. Molina