Quién lo iba a decir, un ministro de Rajoy dimitiendo, y además en una rueda de prensa con preguntas. Alberto Ruiz-Gallardón, ministro de Justicia, deja ministerio, escaño y cargos en la ejecutiva del Partido Popular tras ser aparcada su contra reforma de la ley del aborto, que sus propios compañeros de partido contemplan como una norma que les puede restar votos y sumirlos en un debate incómodo e impopular con unas elecciones muy reñidas a la vuelta de la esquina.
Gallardón había amenazado en varias ocasiones sin cumplir su palabra, amagaba pero no daba, pero en esta ocasión el verso suelto del PP, que luego se descubrió bien encadenado, parece que tira la toalla. Dice que definitivamente. No me lo puedo creer, porque seas de su misma cuerda o no, lo cierto es que es un animal político, un auténtico encantador de serpientes, una mente privilegiada a la que pierde su enorme ego. No sabe qué hará, dice, porque su fiel Juan Bravo le ha comentado que como exministro tiene incompatibilidades para volver a ejercer como abogado o fiscal del Estado en unos años, así que se dedicará a su familia. Y con la voz quebrada, señala a su hijo Albertito, presente en la sala. Si acaso, apunta, tiene derecho a un puesto en el Consejo Consultivo de Madrid, “por no estar sin hacer nada”. No menciona la bicoca, 85.000 al año, secretarias y chófer, por no hacer, básicamente, nada. Ojo, que cuando el diablo se aburre, mata moscas con el rabo.
Resulta sorprendente que un político de la talla de Gallardón, que logró índices de popularidad más altos que cualquier otro compañero de viaje, solo comparables en Madrid con los de su eterna rival, Esperanza Aguirre, logre tocar con la mano su nunca disimulada ambición, el Gobierno de la Nación, y la fastidie de manera tan estrepitosa otra vez. Más sorprendente aún es que siempre ha sabido saltar hacia adelante, aunque en las circunstancias actuales, parece que le ha fallado el peldaño y va en caída libre. Pero cosas más raras se han visto, y lo mismo si el que cae estrepitosamente es Rajoy, Gallardón recupere su ambición. Y eso que también ha dicho que hay que dejar paso a los jóvenes.
Empezó hace 31 años en política como concejal madrileño, él mismo lo ha recordado, de la mano de su padre, José María Ruiz-Gallardón, y de Manuel Fraga. Alcanzó la Comunidad de Madrid en 1995 para gobernarla con nuevos aires, pero la dejó empantanada para presentarse como alcalde de la capital en 2003. Aceptó ser degradado por Aznar, que le dejó como regalo envenenado a su mujer, Ana Botella, hoy alcaldesa en ciernes de extinguirse. Pero su peor legado para los madrileños fue marcharse en 2011, seis meses después de volver a ganar esa alcaldía que prometió no abandonar hasta que acabase la legislatura, dejando un Ayuntamiento con la deuda más elevada de España, más de 7.000 millones de euros gastados en obras que, si bien eran necesarias, como la reforma de la M-30, podrían haberse acometido con un plan de inversión sostenible. Todo, para mayor gloria suya. Al servicio de sus aspiraciones. Así, se ha convertido en el regidor más nefasto de la Villa y Corte, dejando a los madrileños a dos velas durante décadas, precisamente en un periodo de crisis en el que cualquier recurso es escaso. Por cierto, también dejó la Casa de la Villa trufada de altos cargos enchufados, la denominada Red 6.000, porque cobran por lo menos 6.000 euros al mes.
Y ahora deja empantanado el Ministerio de Justicia, después de conseguir poner de acuerdo a la mayoría de los togados contra sus medidas –tasas judiciales, justicia universal- y fracasar en lo que fue su primera promesa como ministro del ramo: la derogación de la ley del aborto por plazos de Zapatero. Ha vuelto a tocar el Olimpo de la Moncloa con las manos, pero se le ha vuelto a escapar.
Hay que reconocerle un mérito: es el único ministro del PP que ha dimitido, pese a los numerosos escándalos, contradicciones e incumplimientos de sus compañeros de gabinete. Y lo ha hecho por decisión propia, porque seguro que Mariano Rajoy, el resistente, no se lo ha pedido. Pero lo dicho, nadie que conozca a Al, como le gusta que le llamen en la intimidad, se puede creer que deje la política para siempre. Igual ha aprendido de su amiga Aguirre, que una retirada a tiempo es una gran victoria. Él abandona el barco antes de que se hunda.