El juez Castro ha hecho su trabajo. Ha tardado tres años. Demasiado entendemos, pero ha merecido la pena. Ha tratado de ser minucioso en la descripción de los hechos. Su pecado haber llevado a cabo el auto de imputación contra Cristina, perdón por mi ignorancia, pero en estos momentos no sé el tratamiento que hay que darla a la hija menor del anterior monarca. En sus tiempos de infanta se la imputa presuntamente de dos delitos fiscales y de un posible blanqueo de dinero. En tiempos del medievo era lógico el derroche de los monarcas y su séquito en contraposición con las estrecheces de la sociedad. En pleno siglo XXI rechinan estas tendencias. Y muchos más en estos tiempos de crisis. Como sobra la monarquía. Una institución caduca, trasnochada. Que no se tiene en pie en la actualidad si no se gobierna de veras. Si no toma decisiones en vez de acudir a presidir actos culturales, deportivos, entrega de premios, inauguraciones… Y encima les pagamos por ello. Inconcebible. ¡Qué pena de dinero derrochado! Para la educación, sanidad, ciencia, la infancia, tercera edad y muchas cosas más de provecho.
La hija del ex monarca y su marido han sido protagonistas de un caso de corrupción de altas esferas. De sangre azul. Con el dinero obtenido irregularmente a través del Instituto Nóos, a ella se la imputa de un posible blanqueo en el gasto de limusinas, reforma de su palacete, clases de salsa y merengue, fiestas, regalo para sus hijos, libros, obras de arte, billetes de avión, estancias en hoteles de lujo y hasta unas botas. Vamos, artículos de primra necesidad. Ni ella ni su padre, ‘menudo son estos con sus hijas!, que nunca preguntó a su yerno, el ex balonmanista, de donde salía esas ingentes cantidades de dinero para llevar ese frenético tren de vida con su modesto sueldo en Telefónica, un trabajito que casualmente le salió unos meses antes de abrirse la tapadera del caso. ¿No les suena a fuga? ¿Una salida por una puerta trasera o de emergencia? Menos mal que queda un periodismo independiente, que gracias a él, nos enteramos del caso. Bueno, queda el otro, el que aparentemente no está en nómina de sus Majestades, nos los Magos de Oriente, los de la Zarzuela, que iniciaron y siguen con su cruzada a favor del buen nombre de la institución y de la hija menor del ex monarca. Luego, ella escenificó su lapsus pareciendo un lorito cuando no paró de repetir “No me acuerdo” a cada pregunta que le hizo el magistrado. Y sonado fue la argumentación del abogado de su marido al decir que “todo lo que hizo fue por amor”. En vez de lavarle la colada le dio toda clase de caprichitos. Lo repetimos: viajes, regalos de cumpleaños, las obras de arte, la reforma del palacete y las clases de salsa y merengue, que no serían para él, claro.
Un trabajo, el del juez Castro, mal visto por unos. Palmeros, pelotas, ventajistas, retrógrados, adláteres. Quizás estén haciendo méritos para un casting. No sabemos si el anterior monarca o su hija, la imputada, estén buscando nuevos asesores de Prensa. Se lo van a poner muy complicado en la elección. Están poniendo el listón muy alto. Aparte de justificar a la imputada, atacan, atizan y faltan el respeto al juez Castro. ‘Justiciero’ le llaman algunos. Pues sí, su trabajo consiste en aplicar la justicia. Una tarea ardua y complicada en tiempos donde la corrupción, desfalcos y tráfico de influencias son el pan nuestro de cada día. Él ha hecho su trabajo. Lo está intentando en este caso con la hija del anterior rey y su marido. En este tiempo ha tenido que esquivar zancadillas. Sus detractores, los pelotas y palmeros de esa institución trasnochada, se jactan en propagar a los cuatro vientos que no hay indicios con fundamentos para culpar a la hija del ex monarca. El tiempo y la justicia dictarán sentencia. El pueblo también ha hecho su juicio popular. Paralelo al judicial. Pese a los intentos de lavado de imagen no lo conseguirán. Ya tiene su veredicto. La hija del ex rey ha quedado retratada. Lo único que le pedimos al nuevo monarca es transparencia. Que imiten a la Casa Real Británica con su pormenorizado informe de gastos. Que no nos engañe. Eso es tiempo del medievo. Y que sus adláteres, los cortesanos del siglo XXI que respeten las opiniones y al juez Castro. Que dejen de atacarle y faltarle el respeto. Una práctica que parece ser el nuevo deporte nacional para unos. Los que quieren hacer méritos o sacar tajada. Los que no desean que prevalezca la justicia.
Ahora falta que lo hagan otros, pero nos tememos que no veremos a la imputada sentadita ante un tribunal. La maquinaria propagandística se ha puesto en marcha.