La ocasión de un auténtico funeral de la transición

Tres días llevaban enterrando a Adolfo Suárez. Siento ser irreverente, pero no paraba de acordarme de un dicho familiar: Ni se muere padre ni cenamos. Esto va a ser como el funeral de Lady Di, con entierro catedralicio incluido. Pero vaya ante todo mi pésame a la familia.

Dicho esto, no puedo dejar de añadir que tanto elogio a Adolfo Suárez como artífice de la transición es típico cuando muere alguien, pero no se puede olvidar que venía de donde venía: de ser Secretario General del Movimiento, miembro destacado de Acción Católica, Gobernador Civil, director general de RTVE. Esto es, un preboste perfectamente integrado en el aparato franquista, por mucho que lo fuera en el ala “reformista” del gobierno. Muy majete, guaperas, resolutivo, contemporizador y tal, pero ascendió por falangista de pro. Como tantos otros que se fueron dejando por el camino la camisa azul, el yugo y las flechas y toda la parafernalia franquista, para vestirse a la moda democrática y apuntarse al carro del marqués de Lampedusa: que todo cambie para que todo siga igual. Es decir, conmigo al frente, que soy capaz de cambiar de chaqueta y permitir incluso que los comunistas entren en el Congreso si, a cambio, yo sigo manejando los hilos como siempre. Nos lo puso el Rey Juan Carlos de presidente de gobierno, otro que aguantó carros y carretas para que, muerto Franco, le dejaran reinar. Tuvo buen ojo, desde luego, está claro que salvo a la hora de elegir yernos, el monarca es más listo que el hambre. Y campechano. Como lo sacaba su amigo Suárez cuando hacía el Nodo.

Hay quien llama a esto evolucionar, intentar cambiar las cosas desde dentro. A mí no me lo parece. Creo que las convicciones y la capacidad crítica de una persona sincera no le permitirían nunca militar en un partido, religión, secta o como se quiera definir que contradigan su esencia como persona. Yo a esto lo llamaría ser oportunista.

Mucho se discute en estos tiempos sobre nuestro modelo de transición democrática, tan alabado en todas partes, pero que tuvo unas importantes goteras: de aquellos polvos, estos lodos que lo ensucian todo hoy. Probablemente no había otra forma de pasar de 40 años de dictadura a un sistema democrático sin liarla parda otra vez, pero pasados casi otros 40 años, está quedando demostrado que se renunció a la justicia por la paz. Transacción, debió llamarse. Todavía hay mucho elemento que en aquellos tiempos mamó todo lo que pudo de la teta del dictador, apuntándose a chanchullos y corruptelas que siguen al orden del día, por no hablar de otros que podrían ser considerados de acuerdo a nuestro ordenamiento jurídico actual directamente criminales y delincuentes, y que o bien siguen tan ricamente –y nunca mejor dicho- su vida, o han muerto tranquilamente en su cama, con extremaunción, perdón de los pecados y panegírico. Hasta colegio, polideportivo o instalación pública in memoriam.

No sé si enterrados todos los protagonistas de esta etapa –al término natural de sus vidas, dios me libre de sugerir otra cosa, que el tiempo ya se encarga de ponernos a todos en nuestro sitio- será el momento de hacer, de verdad, borrón y cuenta nueva, en plan funeral de estado catártico para reformar esta democracia tan imperfecta que tenemos y dejar que los españoles, que ya van siendo mayores de edad en esto, elijan el modelo de democracia que quieren.

Por cierto, lo del aeropuerto Adolfo Suárez habrá que aceptarlo: pero una, que no es sospechosa de comunista, se pregunta por qué Carrillo no tiene ni estación de Metro, porque si él no hubiera aceptado las propuestas de Suárez y se hubiera empecinado en restaurar la República y dejar a los Borbones en Estoril, igualmente se hubiera liado en este país. Tanto monta, monta tanto.

About Maria Tello

Periodista con más de 20 años de experiencia en información política y local de Madrid. Apasionada de la lectura y la historia.

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