La imagen del El Corte Inglés desde la década de los 40 del siglo pasado hasta nuestros días siempre había sido la de una empresa familiar con un tremendo éxito que había logrado situarse entre los negocios más importantes no ya de España, sino de Europa, bajo dos premisas: el cliente es lo más importante (fue el primer negocio que empezó a devolver el dinero en caso de insatisfacción por cualquier artículo) y la fidelidad y buen trato a sus trabajadores. Pues bien, parece que desde hace unos años esta segunda parte ya no se cumple.
Al cierre del ejercicio de 2011, El Corte Inglés empleaba, según su memoria anual, a un total de 99.323 personas, de las que un 63% eran mujeres y el 37% hombres. A día de hoy no se sabe la cifra exacta, pero algunos sindicatos empiezan a barajar que ha habido más de 15.000 bajas entre despidos e incentivos voluntarios.
La cuestión se ha agravado a comienzos del verano por el endurecimiento de las condiciones laborales que ha comenzado a aplicar y que ha tenido como consecuencia la salida de “centenares” de trabajadores del grupo.
Según fuentes sindicales, unos 800 empleados de El Corte Inglés e Hipercor han pedido el finiquito desde junio, acogiéndose al artículo 41 del Estatuto de los Trabajadores, que permite a cualquier trabajador que se sienta “perjudicado” por una modificación sustancial de sus condiciones laborales rescindir su contrato y percibir una indemnización de veinte días de salario por año trabajado, con un tope de nueve meses. Las peticiones para abandonar la empresa llevan aparejada, en los trabajadores con derecho al subsidio de paro, la prestación por desempleo.
Los trabajadores de la empresa que preside Isidoro Álvarez han dejado de creer, porque a casi todos, por no decir todos, les ha afectado. Recordemos que la edad media de un trabajador de El Corte Inglés es de 39 años, con 13 años de experiencia y sus condiciones laborales las habían conseguido tras mucho tiempo de sacrificios y en buscando un bien común empresarial. Ahora, desde la dirección les han cambiado todas las reglas del juego.
Pongamos un ejemplo: un mando intermedio, que lleva 20 años en la empresa, que trabaja en oficinas de provisión, con una jornada laboral de ocho horas de lunes a viernes y con un sueldo medio de 2.000 euros brutos mensuales, le han obligado a escoger entre pasar a una planta para ser vendedor, sin tener ninguna experiencia, con una jornada laboral que incluye todos los días de la semana sean festivos o no, librando dos días por semana de forma aleatoria según el jefe de planta, con un destino fuera de su residencia habitual, y con una reducción del 20 por ciento de su salario, o pedir el finiquito.
Muchos han optado por pedir el finiquito, sobre todo los de más edad, pero eso no se cuenta como despidos.
Ya hubo un precedente en 2009, cuando la empresa acordó una ampliación de la jornada de trabajo acogiéndose también al artículo 41 del Estatuto de los Trabajadores, que permitió a la dirección de una empresa modificar las condiciones de trabajo “cuando existan probadas razones económicas, técnicas, organizativas o de producción”. Entonces, salieron de la empresa unas 1.000 personas.
Todas estas bajas “voluntarias”, o no, o cambios en las condiciones de los puestos de trabajo están provocando que la imagen idílica de El Corte Inglés quede por los suelos, a pesar del pacto de silencio que existe entre los grandes medios de comunicación, amordazados por las retiradas de las grandes inversiones publicitarias que hace la empresa.
Lo cierto es que El Corte Inglés, uno de los buques insignia de la economía española hace aguas y casi nadie, hasta el momento, se ha atrevido a denunciarlo.
About José Luis García
Periodista con más de 25 años de experiencia, especializado en información local, inmigración, sanitaria y deportiva.